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Me bajaré el sueldo a la mitad cuando sea alcaldesa” y “Mientras que yo sea alcaldesa de Sanlúcar no se derribara ninguna vivienda a un trabajador”, fueron dos promesas lapidarias, que muy poco después de tomar posesión como alcaldesa, Irene García, se comprobó que no estaba dispuesta a cumplir. Ya que no se bajó el sueldo a la mitad, argumentando toda clase de patéticas excusas y su incomprensible inhibición en el asunto, facilitó el primer derribo de una vivienda a un trabajador en nuestra ciudad. Luego con su acostumbrada demagogia pretendió justificar lo que no tuvo ninguna justificación. En los mentideros políticos de la ciudad se sigue diciendo que aquel asunto pareció todo menos el cumplimiento de una sentencia judicial por una infracción urbanística, ya que la por aquel entonces primera edil de la ciudad tuvo oportunidad de paralizar el derribo y no lo hizo.

Víctor Mora, para no ser menos que su antecesora, se subió de 40.000 a 50.000 euros el sueldo en cuanto tomó posesión del cargo de alcalde sustituto, y también permitió que se le derribara la vivienda a un trabajador en la Colonia Monte Algaida. Su subida de sueldo, la pretendió justificar, insultando a la inteligencia de los sanluqueños, diciendo todo lo contrario, es decir, que se lo había bajado. El derribo de la vivienda lo arregló, cediéndole al afectado el uso de la vivienda del conserje del colegio de la Jara, presuntamente saltándose toda la extensa lista de espera de demandantes de viviendas sociales de la ciudad. Hay que recordar que previamente a este derribo se habían producido decenas de ocupaciones de viviendas vacías de propiedad de bancos en distintas zonas de la ciudad. Además, después de anunciar la creación de un comedor social, dice sin sonrojo alguno, que no se crea dicho comedor porque no ha encontrado subvención y sin embargo no escatima esfuerzos para conseguir la financiación para un monumento a la Virgen del Rocío en la rotonda del El Palmar.

«Me voy corriendo que tengo temas municipales»,hay que regenerar la política”, “hay que democratizar las instituciones” y «hay que situar al ciudadano en el centro de la política», han sido las frases más repetidas en la pasada campaña electoral andaluza por Juan Marín, quien se postula, si le deja Albert Rivera, como vicepresidente de la Junta de Andalucía. Mientras que en nuestra ciudad desde el gobierno local impide que se investiguen las irregularidades en su gestión en el Ayuntamiento, presta favores por obra u omisión a la multinacional Aqualia en contra de los intereses de los ciudadanos, elimina todos los órganos de participación ciudadana, originando un impensable retroceso democrático en el consistorio, privatiza todo lo privatizable, etc.

El autodenominado “gestor de espacios comerciales” puso todos los obstáculos posibles para que no se consiguiera la concesión del Centro Comercial Abierto promovido por APYSAN, beneficiando al centro comercial “Las Dunas”, hasta el punto de que en el acto protocolario de concesión no estuvo presente. Demostrando que eso de «poner a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos en el eje de la creación de empleo» es una de sus absolutas mentiras.

El autocalificado “apasionado del deporte” ha subido todas las tasas en los complejos deportivos municipales, ha privatizado la gestión de la piscina municipal y ha dejado sin empleo a 29 trabajadores del patronato municipal de deportes, que han emprendido acciones legales en el juzgado por la opaca gestión de la bolsa de empleo en dicho patronato.

El que se dice “comprometido con valores y principios” aún no se ha dignado a explicar lo ocurrido con el presunto fraude de las Escuelas de Verano, que IU ha llevado a los juzgados. Tampoco su compañera de partido, Elena Sumariva, ha explicado cómo es posible que se contratara a la empresa del funcionario de empleo, Francisco Collado, algo que ella debería saber que es incompatible, y una vez descubierto el tema, pretendió justificar diciendo aquello de la incompatibilidad sobrevenida desconocida por las partes. A lo mejor en esos momentos estaba defendiendo los valores de equilibrio, esfuerzo y sentido común de C’s, faltaría más.

El que afirma hacer una apuesta por «una democratización de los partidos para ponerle freno a cualquier tipo de corrupción política», sin embargo, sitúa a su concuñado como coordinador provincial de C´S en Cádiz y el secretario general provincial de C’s, Manuel Erdozain (AI-Pro) está imputado por presuntos contratos temporales a familiares suyos en el Consistorio de Arcos de la Frontera, en donde gobierna con el PP. No sé de qué me suenan estas formas.

Todos estos son buenos ejemplos de quienes entienden la política, no como un ejercicio de servicio a los demás, sino más bien como la manera de procurarse un sustento económico que de otra forma ni podrían soñar obtener. Ni vendiendo coches usados, ni despachando hamburguesas, ni vendiendo relojes en estos tiempos de crisis podrían obtener tales emolumentos. Por eso engañarán, mentirán y harán todo lo posible para poder seguir viviendo de esto, que en sus manos nada tiene que ver con un verdadero espíritu de servicio público entregado a los demás.

*Fernando Cabral es Concejal de IU en el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda

 

 

 

Foto CarmenLa falta de salida profesional unida al hecho de pérdida de credibilidad local hace a algunos políticos a dar el salto político a otras instancias como el senado, Congreso de los Diputados o al parlamento andaluz, sin despreciar la Diputación Provincial.

Hay en nuestra ciudad varios casos paradigmáticos de todo ello. Hace años la ex alcaldesa del PP por sustitución, Laura Seco, quiso ser elegida para el Senado por nuestra provincial cosechando un sonado fracaso electoral, ni sus familiares confiaron en ella.

Mucho más cercano en el tiempo, está el caso de la ex alcaldesa, Irene García, quien después de tanto mentir y engañar huyó de la quema de un más que seguro fracaso electoral, dimitiendo como primer edil para dirigir el PSOE provincial, y así tener la oportunidad que ansiaba desde hace tiempo de poder optar al Congreso de los Diputados o a la Presidencia de la Diputación, único hecho que justifica su inclusión en la lista del PSOE de Víctor Mora para las próximas municipales.

El último caso lo protagoniza, Juan Marín, que desde la responsabilidad provincial de su último chiringuito político, copado por familiares directos e indirectos se postula para salir elegido como candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía por la formación política de quien en su día confundía con Companys, como él mismo admite.

Algunos querrán ver en el caso de Milagrosa Gordillo un episodio más de todo esto, pero no es así este caso es un ejemplo de manual de “patada para arriba”. Es la mejor forma que tiene el aparato político de un partido de quitarse de encima a alguien que no quieren y molesta sin que ésta pueda protestar por ello.

Tanto Irene García como Juan Marín llevan años prometiendo para la provincia todo aquello que son incapaces de cumplir en la ciudad, en un ejercicio de cinismo que ronda la desvergüenza y lo patético. A ambos la ciudad se le ha quedado pequeña para continuar con sus engaños y mentiras y necesitan otros ámbitos donde continuar con el chollo de seguir comiendo de la sopa boba. Porque volver a vender coches y relojes en estos tiempos es muy complicado.

Esta es la realidad de quienes entienden la política como forma de vida y de mejorar sus economías personales y por eso no se cortan un pelo en utilizar la política local como trampolín para satisfacer su ambiciones personales, aunque sea a costa de dejar una ciudad rota por el desempleo, un drama social en muchas familias sanluqueñas, un olvido a los pequeños empresarios, a los pequeños artesanos, unas playas lamentables, una ciudad ecológicamente insostenible y sucia, en definitiva una enorme dejadez local.

El pueblo sanluqueño demanda ya otro tipo de políticas y formas de gobernar, sin promesas especulativas pero sí con grandes soluciones para los ciudadanos. Tener una ciudad limpia, un ayuntamiento que sirva de herramienta para el pueblo para poder transformar, que sea participativo, transparente, con una clara apuesta de generación empleo y unos asuntos sociales que vigilen que ningún sanluqueño ni sanluqueña pase hambre o no tenga techo donde vivir.

Los sanluqueños y sanluqueñas ya no tenemos capacidad para creer más engaños. Ahora que de nuevo se aproximan las elecciones, vuelven estos gobernantes y sucesores con sus  promesas incumplidas, otra vez la depuradora, tardará poco en llegar las promesas del Puerto Deportivo, accesos a la ciudad, empleo, construcción de viviendas protegidas,  Carriles Bici, limpieza en la ciudad, casa del Carril San Diego, complejo deportivo en la Dehesilla, legalizaciones de viviendas en suelo no urbanizable, Parque de bomberos, parque de Ocio de las Piletas…etc. Los sanluqueños y sanluqueñas ya tenemos claro que estas promesas del PP, PSOE y de CIS sólo han servido para que unos cuantos usen Sanlúcar como plataforma política.

Como colofón solo referirme a las palabras lapidarias dichas por Marín en su anuncio de presentarse a las primarias de su nueva organización política asegurando que “seguirá trabajando por una gestión eficiente de lo público y por una administración más cercana transparente y participativa”. Tal como dice el sabio refrán: Que le compre quien no le conozca.

 

Carmen Álvarez es Directora de «Sanlúcar de Barrameda TV»

 

«Gracias al desarrollo de la cultura, en su más amplio sentido, el hombre entretiene su existencia, con la mirada perdida en el horizonte marismeño, mientras madura su paso por la Vida»

Decía irónicamente una llamativa frase, no te preocupes mucho por la vida porque no saldrás vivo de ella.

La muerte es algo que generalmente a todos nos angustia, nos asusta, nos inquieta. Saber que desde que nacemos ya caminamos inexorablemente hacia una muerte más temprana o más tardía nos inmoviliza por un momento, hasta que aparcamos tal idea, resignados que a todos nos llegará la hora en la que tendremos que enfrentarnos a ese trance que tanto nos preocupa.

La muerte, especialmente para nuestra sociedad occidental viene siendo desde tiempos inmemoriales un tabú. Hablar de la muerte es casi una superstición, es un asunto que causa mucho respeto. Entendemos que en la mayoría de los casos supone una tragedia, un auténtico drama cuando no se espera, o cuando uno llega a ella tras un proceso difícil de asimilar y asumir; es cuando el sufrimiento precede a esa expiración que conduce al ser humano a la inexistencia. Entonces surge la incomprensión. El porqué nacemos, luchamos en esta vida, nos la complicamos incluso con el resto de los mortales, si después todo se acaba.La verdad es que desde el nacimiento de la civilización occidental hemos ido ensombreciendo y afeando la muerte.

El sentimiento de vacío es tan intenso, es tal el desamparo, que como dice Antonio Gala: el hombre echa mano de poderes sobrehumanos que lo protejan de los humanos que le son hostiles, echa mano de poderes de un más allá que sosiegue su desconsuelo, su angustia De todos modos lo más extendido son amuletos, iconos, símbolos protectores que suavizan la ansiedad.. Incluso se han incorporado ritos y costumbres que nos hagan coquetear con la muerte en amplias filmografías, los carnavales tienen también ese transfondo,  la moda de “lo gótico”, Halloween, y la controvertida fiesta de los toros, entre otras concepciones.

Nacemos para morir. Demasiado simple para ser verdad. Entonces echamos manos de vidas eternas en entornos celestiales que consuelen nuestra frustración, echamos manos de dioses, de exorcistas, de incógnitos temblores, de fantasmas, de espíritus que nos confirmen que no estamos solos ante la muerte, ante un más allá que nos niegue que morir es igual a la nada. Demasiado simple para ser verdad, nacer sólo para morir.

Se nos desencaja el rostro pensar que abandonaremos este otro paraíso o infierno, según para quién, camino de la nada. Y el humano se resiste a ser sólo cenizas bajo la tierra. Tiene que haber algo –decimos-. Después de todo esto tiene que haber algo.

De hecho así lo creyeron y lo creen todas las culturas prácticamente de la Tierra. Los egipcios creían que los justos accedían a una barca solar donde se codeaban con los dioses y vivían la eternidad junto a su familia y amigos. Los sumerios creían que tras la muerte llegaban a una tierra paradisíaca habitada por inmortales, los celtas creían en otro lugar también de inmortales donde era habitual la alegría y donde se celebraban continuamente fiestas; y para algunos indios de las praderas americanas el cielo o el más allá era una región muy similar a esas mismas praderas en las que vivían, pero con la particularidad de que iban a encontrar mucha más caza.

Lo relevante para nuestra actual cultura dominada o derivada de las tradiciones clásica-judeocristianas es creer en un lugar llamado cielo para los justos, gozando de la presencia de un Dios Universal, o un lugar llamado infierno para los injustos. No vamos a analizar los entresijos de nuestra cultura derivada de esa tradición clásica-judeo-cristiana, pero es a partir de la aparición en le escena de la Historia de Jesucristo, o Jesús de Nazaret cuando la muerte cobra un mayor sentido. El ser humano cree entonces en la esperanza de que la muerte sólo es el paso a una mejor vida, un tránsito hacia un mundo no muy bien descrito en el libro sagrado de los cristianos. Podemos afirmar que hubo otros personajes que expusieron otras alternativas a la muerte, como Buda, Mahoma, el mundo de Zaratustra y una larga lista. Pero ha sido Jesús de Nazaret o sus sucesores-Pablo de Tarso- el que llega a dar con una mayor repercusión la respuesta básica que muchos ansiaban para salvarse del infierno, a través de la resurrección, (concepto presente en otras religiones). El triunfo sobre la muerte por medio del alma. Y la religión aprovechó durante centurias muy bien el mensaje para rentabilizar la muerte. Se apropió de la debilidad humana ante la incertidumbre de lo póstumo, de la ultratumba, para dominar nuestros destinos.

Quizá la muerte sea realmente un descanso eterno, un paso a una mejor vida o a un infierno. O quizás tras la muerte nos espere la nada. ¿El final de una ilusión?.

Manuel J. Márquez Moy, Director de «La Aventura Humana»

 

Tomás Rodríguez Reyes

 

Tomás Rodriguez Reyes (Sanlúcar de Barrameda, 1981). Lector y escritor. Diarista. Acaso poeta. Profesor de Lengua castellana y Literatura en el IES El Fontanal (Lebrija) y Jefe de Estudios de Adultos (ESPA). Autor del libro de poemas  El huerto deseado (La Isla de Siltolá, 2010),  del diario literario Escribir la lectura (La Isla de Siltolá, 2011), del ensayo literario Ars vivendi (La Isla de Siltolá, 2013) y del poemario intitulado El umbral de piedra(La Isla de Siltolá, 2014). Mantiene la bitácora Trópico de la Mancha desde 2007 de forma continuada. Su obra ha aparecido en revistas y antologías literarias como Poesía para niños de 4 a 120 años (La Isla de Siltolá, 2010)  o Con&versos -Poetas andaluces para el siglo XXI- (La Isla de Siltolá, 2014).  Ha escrito sobre modernos y contemporáneos en ediciones especializadas, revistas, prólogos y ediciones a su cargo, como la última antología preparada del poeta Ángel García López, El río de mis ojos (La Isla de Siltolá, 2014) o Palabra y ser en la palabra de Antonio Colinas. Ha participado en Congresos  Internacionales de Literatura, Simposios y Congresos.

 

fortis imaginatio generat casum”

 

NINGÚN texto puede edificar y expresar lo que somos como el texto literario, pues este ensancha las combinaciones gramaticales y las posibilidades meramente comunicativas hacia otra dimensión de la expresión humana. Si, como afirmaba Heidegger, “la palabra otorga ser a las cosas”, la palabra “literaria” metamorfosea la palabra en arte. El estudio de esa acción del verbo, -que trasciende lo inmediato y personal-, debiera ser el centro de estudios de la Literatura en las aulas. Solo de esta forma conseguiríamos una verdadera revolución interna en los ciudadanos, solo así procuraríamos un semillero de individuos cultivados.

Desde la antigüedad, este tipo de texto ha estado siempre en los límites de la textualidad lingüística y emparentado con las disciplinas de orden estético, en tanto que no solo muestra la  preocupación de su autor en qué dice sino en cómo lo dice. Esto mismo que Quintiliano diferenciaba, recte loquendi scientia y ars bene dicendi, esto es, hablar con corrección gramatical y la técnica de hablar de la mejor forma posible.

Aprender a hablar es un acontecer natural para los hombres; aprender a leer es un fenómeno extraordinario en la vida de un individuo; aprender a leer textos literarios y a disfrutar con ellos quizás la más alta cumbre de la palabra. Negar a los estudiantes de todos los niveles educativos de manifestaciones humanas de este calado supone negar al individuo a conocer qué han expresado otros, en otros momentos, incluidos sus contemporáneos, sobre su propia condición. Así las cosas, menguar en el estudio pleno de la literatura, ocultar el conocimiento literario de los textos por otras razones ajenas a las literarias, de sus posibilidades ficcionales y artísticas, resulta vituperar el conocimiento de cualquier individuo de una de las más poderosas posibilidades expresivas y estéticas que poseemos como tales.

El texto literario propone una posición ética y estética ante el mundo que se materializa a través de las palabras, sus combinaciones y sus silencios. No solo eso, ocurre, ni más ni menos, la catarsis: el lector se coloca, eventualmente, en esa perspectiva vital. De ahí que la literatura sea una experiencia que se suma a la experiencia de vida y que la lectura de textos como El Quijote, La Divina Comedia, Lazarillo de Tormes o Hamlet  terminen por convertirse en textos atemporales y vividos por los lectores de las distintas épocas.

Como ha sucedido en otras disciplinas humanísticas, como la Historia o la Filosofía, los intentos por entenderla surgieron desde antiguo y, con ellos, los llamados estudios literarios, -cuajados en la Retórica antigua-: el estudio de las técnicas, los autores, las obras, las etapas, las escuelas, los acontecimientos culturales y, sobre todo, de los textos literarios en sí mismos. En la actualidad, y desde hace años, este estudio ha sufrido una merma considerable en aras de la lingüística textual y de la enseñanza de la literatura como un tipo más de texto. La currícula actual y las futuras legislaciones así lo demuestran: la literatura es un mero bloque de contenidos dentro de la materia Lengua castellana y Literatura.

Desde la antigüedad el hombre ha necesitado superar la mera transmisión de información para situarse en la definición de sí mismo; y eso ha sido, sobre todo,  tarea y materia de los textos literarios, pues son estos los que fragmentan los espacios de represión y estrechez sociales.  Esta capacidad creativa y expresiva, ficcional, diegética, omnímoda, poliédrica, lo convierte en una clase de texto en que operan fórmulas distintas y, al tiempo, idénticas, a las que utiliza un texto no literario en todas sus dimensiones lingüísticas, pragmáticas y sociológicas. Así, renunciar al estudio de los textos literarios como «literarios» supone empañar la tradición multicultural que nos ha hecho ser como somos. Podríamos decir que recibimos la tradición cultural de antaño sesgadamente y con una alteración de sus valores más profundos hacia un sucedáneo inadmisible. Antes al contrario, apostamos por una enseñanza de la literatura que incluya, entre otros, aspectos lingüísticos y no a la inversa. Puede que estemos confundidos si estudiamos el texto literario como pudiera ser el instructivo, descriptivo o argumentativo. El texto literario los incluye a todos y, además, como summa, propone otro metatexto. A partir de esa mezcolanza adquiere su inclasificable condición. Sea cual sea el método de estudio del texto literario estamos en la búsqueda de qué hace que un texto sea literario; en localizar y justificar qué factores han convertido a un puñado de palabras en objeto artístico. El corpus de textos de una tradición, es decir, el que forma la historia de la literatura de una lengua, es un patrimonio artístico e intelectual que todo ciudadano tiene derecho a conocer al detalle, pues no de otra manera podrá establecerse en el mundo circundante contra los que desean una realidad sesgada.

Estas disquisiciones nos conducen a la adquisición de la competencia literaria, esto es, de la actividad cognitiva de la lectura que detona en el alumno la superación del estudio de datos y características de los textos y a desarrollar el goce y el placer estéticos que propicien el trasvase del mundo interior a la mejor comprensión del mundo exterior.

Negamos la mayor, ya que no creemos que la literatura se pueda enseñar como tal. Ante la pregunta de un alumno, ¿qué es la literatura?, no pocos problemas tendríamos para salir airosos. La literatura se vive, se percibe, se experimenta, se asimila. Debemos empezar por reconocer que la enseñanza y el aprendizaje de la literatura es compleja y difícil, que no queda despachada con la memorización de características, fechas, estilemas. Estamos convencidos de que para que esto se produzca el profesor debe poseer una sólida formación intelectual y una forjada experiencia como lector. Un profesor de Lengua y Literatura debería ser ante todo un excelente lector y un entusiasta de esta actividad. Estamos ante una acreditación esencial a la que, sin embargo, ninguna actividad política presta atención. No puede suceder que los profesores de esta materia lean cada vez menos, pues, con ello, depauperamos la calidad de la enseñanza. La metodología posterior de enseñanza, la incorporación de las nuevas tecnologías y de recientes enfoques didácticos devienen de esta condición indispensable. Los requerimientos contemporáneos parecen estar más centrados en cómo enseñamos que en qué enseñamos. Abogamos por una combinación macerada entre las dos posturas: enseñar lo esencial de la mejor forma posible a los alumnos. El profesor, para enseñar (no olvidemos su étimo, insignare, dejar señal, señalar hacia), debe tener qué enseñar; en el campo de la lengua y la literatura ese axioma se forja en la acción de leer.

En este sentido, deberíamos principiar la reflexión desde el origen. Mientras que la lengua materna se adquiere de forma natural, el lenguaje literario es un conocimiento artificial, es un técnica, un uso especial de la lengua, que se aprende y desarrolla únicamente a través de la lectura y el análisis de textos literarios. Conocemos qué es la literatura solo cuando hemos leído literatura; puede que podamos describir qué es la literatura, pero no hemos sido capaces, con el paso de los milenios, de definir qué es.  Ocultar el conocimiento literario de los textos, sus posibilidades ficcionales y artísticas, es menoscabar el conocimiento de cualquier individuo de una de las más poderosas posibilidades expresivas y estéticas que poseemos como tales.

En una ocasión le preguntaron a R. Barthes por el significado de la literatura. Ante esta cuestión afirmó lo siguiente: “Literature makes the meaning and the meaning makes life”, esto es, que la literatura es creadora de significado y el significado es, a su vez, creador de vida y de sentido. Estos asertos de Barthes no son novedosos para el que haya leído y trasegado por los vericuetos de los textos literarios y por todo el aparato crítico que ha querido establecer qué hace que un mensaje sea literario. Esta pregunta última sigue aún sin respuesta inequívoca a pesar de los avances en los estudios lingüísticos y de la retórica moderna de cualesquiera de los métodos de enseñanza. El texto literario está más allá de la mera expresión y comunicación, de la básica función de las lenguas. Orbitamos, por tanto, ante un enigma todavía irresoluto que, sin embargo, ha formado parte esencial de los estudios del individuo desde antiguo.

Huelga decir que el estudio de los textos literarios ha ido perdiendo presencia e importancia en los últimos currículos escolares de todos los niveles a favor de la expresión global «competencia lingüística» y ha quedado como un sucedáneo del estudio lingüístico. Esta tabulación supone estudiar el texto literario como acto comunicativo al uso, sean sus formas orales o escritas, sean cuales sean sus características y sus dimensiones interpretativas. Sin embargo, ¿puede ser esto  beneficioso para el estudiante y para el futuro del sistema educativo?

Nuestra identidad se fragua a partir de lo que vivimos y una parte de esa vida está constituida por nuestras lecturas. Las lecturas literarias configuran para la memoria una forma de ser que se mixtura con la realidad. Como los propios seres que habitan El asno de oro de Apuleyo, las Metamorfosis de Ovidio o El Quijote los lectores terminan por  transformarse mediante la fuerza de la ficción. Se desprende de ello que el texto literario es creador de mundos que se erigen como construcciones no solo individuales sino sociales y culturales y que, por tanto, ayudan al individuo a entender no solo su circunstancia más inmediata y próxima sino su presencia en un cultura y en un estadio de la historia. En este sentido, Umberto Eco habla de “modelos de mundo” y del “mundo posible”, de cómo el lector se “transposiciona” y se sitúa en la propia fábula ficcional provocando con ello un nuevo cronotopo que vive como real.

Reducido a un bloque de contenidos, la Literatura (llamada “Educación literaria”) ha quedado muy alejada de lo que en la antigüedad era  la paideia griega, esto es, una palabra que significa «educación» y que designa la plena y rigurosa formación intelectual, espiritual y atlética del hombre. Con la inclusión del sentido de formación del espíritu humano se dotaba al hombre de un carácter verdaderamente humano, no funcional, práctico, adocenado, abocado a la mera capacidad práctica, sino a la propia reflexión como ser humano de su naturaleza.

Fue el filólogo alemán Werner Jaeger el que le dio un sentido más preciso y más evocador en su gran obraPaideia o la formación del hombre griego. En este sentido, la paideia presupone que tan solo podemos formar  a otros sobre las ideas por las cuales fuimos formados y viceversa. Así, tomando estas ideas por presupuesto, nos preguntamos, ¿sobre qué ideas y textos literarios estamos formando a los jóvenes actuales? ¿Son los profesores actuales lectores formados literariamente? Si estas preguntas tuvieran respuestas negativas, el alcance de estas carencias sería perjudicial y catastrófico.

Si lo pensamos con detenimiento, colaboramos a un derrumbe en la transmisión de los valores estéticos y éticos que han forjado lo que hemos sido hasta estas décadas. Si el alumnado no aprende jamás la naturaleza de un texto fundamental de nuestra cultura no podrá, como describe Jaeger, transmitirlo jamás. Los individuos, docentes o discentes, deben contener en sí mismos los conceptos esenciales para poder desarrollarlos, vivirlos, explicarlos y transmitirlos. No puede caer la literatura en la utilidad inmediata a la que aboca un aprendizaje basado en la capacidad de hacer cosas porque, precisamente, ante el texto literario, casi lo único que se convierte en capacidad es la lectura virtuosa, profunda, diversa; no la mera creación sucedánea de textos, ni la conexión inmediata de lo que acaba de leer con el mundo cercano de sí mismo. El texto literario otorga un aprendizaje de vida, no una eventualidad pasajera como una reclamación, un prospecto de medicamento o la redacción de un currículum vitae.

En este orden de cosas, los antiguos estaban persuadidos de que la educación y la cultura no constituyen una teoría abstracta o un arte formal, distintos de la estructura histórica objetivo de la vida espiritual de una nación. Pensaban que se encuentran (la educación, la cultura) en la literatura, expresión verdadera de toda cultura superior. Por otra parte, es obvio que la capacidad para producir e interpretar textos literarios supone el empleo y conocimiento de la gramática de la lengua en la que está escrito el texto, así como el conocimiento de recursos discursivos de orden pragmático, pero a estas condiciones que reúne cualquier tipo de texto, se suma el uso de ciertas reglas especificas, convenciones, podríamos decir, de lo que George Steiner denomina “la gramática de la creación” y que, en última instancia, confieren al texto su naturaleza literaria.

Por tanto, el primer sistema gramatical lo ha interiorizado el hablante-escritor en el proceso de adquisición y aprendizaje de la lengua; el segundo sistema, el literario,  supone la implementación de algún modelo teórico formal. La lengua materna se adquiere de forma natural, la literaria es artificial y se aprende leyendo. La competencia literaria funciona en la producción de textos con propiedades estéticas, tales como la armonía, el estilo, los simetrismos, los iso y heteromorfismos, así como las isotopías singulares. La competencia literaria del alumnado tendría que plasmarse en la capacidad para producir e interpretar textos literarios, para identificar un texto literario, para distinguir un texto literario de otro que no lo sea, para connotar e inferir el mundo escondido tras las palabras. ¿Realmente nuestro alumnado demuestra estas capacidades y las incorpora a su propia vida?

No dejamos de percutir en la idea de que el lenguaje es logos (razón), la literatura es ars sensus, arte de lo sensible. Todo texto literario parte de un modelo de lengua, pero termina por absorberlo, ampliarlo, fragmentarlo. Cuando esto sucede, el lector amplia, fragmenta y ensancha su propio mundo. Víctor Manuel de Aguiar e Silva, Sebeok, Stankiewics, Saporta, Van Dijk, Foucault, Barthes y otros epistemólogos de las relaciones entre lingüística y literatura coinciden en afirmar que el lenguaje es inmanente al hombre y que la literatura es inmanente al lenguaje; o sea que tautológicamente hay entre estos dos hechos (el lenguaje y la literatura) una interdependencia. Esta es la relación que nos gustaría atribuir al texto literario en estas líneas.

Por último, el propio Aristóteles diferenciaba la Historia de la Poesía al afirmar que la primera se dedica a lo que pasa, a lo que fue, mientras que la poesía se dedica a lo que pudo haber sido. Ese futurible es la materia de deseo del hombre: vivir lo que no se vive, pues sabe de condición mortal. El poeta Píndaro afirmaba “lo mortal va alumbrando por delante a los mortales” y puede que el texto literario se haya convertido en uno de los últimos recipientes de esa luz, de esa condición que nos aúna y concilia con el mundo.

Tomás Rodríguez Reyes es Escritor y Profesor de Lengua Castellana y Literatura

 

En Diciembre va a hacer un año cuando escribí un artículo sobre mi descubrimiento personal para Sanlúcar de a quien yo denominaba “la penúltima esperanza para Sanlúcar”. Y me refería explícitamente a la candidata del PP a la Alcaldía de Sanlúcar Ana Mestre. He tenido la impresión, y no sólo ligera, sino plena observación y análisis riguroso de la labor de una incansable, incombustible Mestre que sólo le ha faltado descender a las tuberías de Aqualia y mostrarnos la precariedad sobre la que se sostiene una ciudad como Sanlúcar de Barrameda,

Ana Mestre conversa con los propietarios de las Salinas de Proasal, situadas en el Espacio Natural Doñana, ha recorrido casi todo el término municipal

Ana Mestre conversa con los propietarios de las Salinas de Proasal, situadas en el Espacio Natural Doñana, ha recorrido casi todo el término municipal (foto archivo)

Es el trabajo minucioso y apasionado de una mujer joven luchadora, crítica cadenciosa pero intensa, sin bajezas, sin perder la compostura y el estilo en el parlamentar político ante la completa inopia de un Gobierno Municipal(PSOE-CIS), además con retranca, especialmente de un Víctor Mora que ha continuado con su síndrome de palacio”, sin iniciativa profunda, como es Sanlúcar, a la que no se la puede despreciar con la indiferencia que éste denota hacia ella, con actitud anodina y una inusitada estrechez de miras.

 

Sanlúcar de Barrameda es una ciudad profunda, con amplia y versátil  huella, con aventurera, honda memoria paisajística.Y Ana Mestre ha tratado de conectar con esto último, sin quedarse en el umbral, en el zaguán de su historia lejana y cotidiana de su gente. Sanlúcar necesita una motivación,  le invade cierta tristeza en el ambiente y eso requiere una labor que Ana Mestre ha demostrado en el día a día, sin alharacas, con sencillez , sin querer molestar, pero sin cejar en el empeño de insistir convencerse y convencernos que todavía  puede revitalizarse esta ciudad con ideas concretas, con los pies sobre la tierra, viendo la pobreza, la precariedad laboral casi eterna y la corrupción.

 

Un Alcalde no puede esconderse ni utilizar a una escudera-léase Milagrosa Gordillo- con argumentos pueriles y asaltando la razón y el sentido común de los ciudadanos. No soy del PP, pero sigo pensando que deberíamos pensar muy en serio en AnaMestre como Alcaldesa. Lejos de querer hacer un panegírico, he tratado de ser sincero conmigo mismo ante una política que admiro, sin disimulos ni rodeos, porque hay que hablar las cosas sin vetos ni censuras.

Manuel J. Márquez Moy es Director de «La Aventura Humana»